Aunque el cine generalmente ha presentado a los cyborgs como una amenaza o un híbrido que tenía más de máquina que de humano, lo cierto es que ya somos cyborgs. Todos nosotros. En mayor o menor medida.
Y eso nos torna también particularmente vulnerables a que un delincuente pueda hackearnos.
El primer dispositivo
La primera vez que se implantó con éxito un dispositivo médico electrónico (DMI) en el cuerpo humano fue en el año 1958. Dos cirujanos suecos fueron los responsables de realizar aquella operación histórica en Arne Larsson, un ingeniero que vivió 43 años más gracias a un ordenador del tamaño de una pelota de hockey que le instalaron en la cavidad abdominal y que hacía que su corazón latiera con normalidad.
Actualmente, ya resulta habitual que mucha gente viva más y mejor gracias a dispositivos médicos implantables, y ellos incluso ya transmiten de manera remota al médico de un paciente información esencial a través de internet.
El primer marcapasos WiFi de Estados Unidos fue implantado en el pecho de Carol Kasyjanski, de Nueva York, en el año 2009. Fue el primer corazón que entraba a formar parte de la llamada Internet de las Cosas.
Marcapasos Wifi
Y eso solo es el principio, como explica Marc Goodman en su libro Los delitos del futuro:
Además de marcapasos, hay otros muchos DMI de uso común en el mundo actual, incluidos entre ellos desfibriladores implantables, bombas diabéticas, implantes cocleares y neuroestimuladores. Si bien cada aparato tiene su cometido terapéutico dentro del cuerpo, los DMI se comunican con el mundo exterior a través de protocolos de radiofrecuencia habituales como Bluetooth, Wi-Fi, NFC y RFID. Millones de estadounidenses llevan DMI y cada año se implantan dispositivos inalámbricos en aproximadamente 300.000 pacientes nuevos.
Los efectos secundarios
Si bien los DMI ofrecen muchas ventajas en la medicina, también llevan aparejados no pocos efectos secundarios negativos. Por ejemplo, los DMI averiados son una de las principales causas de lesiones graves y mortalidad en Estados Unidos, y el número de dispositivos retirados se ha duplicado en 2004 y 2014.
Por si fuera poco, estos dispositivos llaman la atención de los hackers, que programan virus maliciosos para manipularlos. De hecho, en 2013, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos emitió una alerta que avisaba a las instalaciones médicas de que más de 300 dispositivos de 40 fabricantes diferentes presentaban vulnerabilidades que podían ser explotadas por los hackers. Como alerta Goodman:
En contra de lo que ocurre con el teléfono inteligente, no es posible descargarse nuevo firmware por el aire para un marcapasos, sino que los cirujanos tienen que abrirte de nuevo el pecho o el abdomen y obtener acceso físico al dispositivo para actualizar o sustiruir debidamente el firmware.
Todavía no se han evidenciado ataques criminales contra los DMI, aunque es cuestión de tiempo que suceda, tal y como representaba un capítulo de la serie televisiva Homeland, en el que un terrorista dirige el asesinato del vicepresidente de Estados Unidos a través de internet vulnerando el desfibrilador cardíaco que éste lleva implantado.
Homo cyborg
Chris Dancy
Dispongamos en nuestro cuerpo de un DMI o cualquier otro dispositivo, prácticamente todos nosotros ya poseemos smartphone. Y el 90% de los propietarios de los mismos afirma tener sus terminales a menos de un metro de distancia, todas las horas del día, cifra que seguramente aumentará en el futuro: es decir, que estos dispositivos ya no son solamente una especie de cerebro externo, sino una extremidad fantasma a al que estamos unidos de forma persistente.
Es solo el principio. Progresivamente, nos iremos pareciendo cada vez más a Chris Dancy, que ya semeja más un cyborg que un humano. Comenzó a usar «wearables» (dispositivos que se cargan o llevan puestos) en 2009 hasta convertirse, tres años más tarde, en «el hombre más conectado del mundo». Dancy tiene 11 dispositivos en su cuerpo y cientos de aparatos en su casa.
Todos sus movimientos, temperatura corporal, presión sanguínea, oxígeno y peso están digitalizados. También la calidad del aire que respira, el volumen de su voz, los alimentos que ingiere, la temperatura ambiente, la humedad, la luz, el sonido o todo lo que mira en televisión, entre otras muchas cosas.
También es, visto lo visto, el ser humano más vulnerable del mundo al software malicioso.
Siempre que hablamos de tecnología aplicada para facilitar la vida de la gente, tenemos que ser cautos en cuanto a la diferencia entre ser ‘útil’ o ser ‘conveniente’ y para quién.
Hasta la próxima
«Hay mayor realidad que nuestra mayor ficción»
Maestro Nori-El