Ensirnom-El 22/08/10

Sesión de Psicoauditación

Médium: Raúl Caballero

Entidad: Ensirnom-El (Thetan de Juan Carlos M.)

Interlocutor: Juan Carlos M.

Primera sesión, de un total de cuatro sesiones, de una psicoauditación de una vida western en California en el siglo XIX. El protagonista, llamado John Carlston, nace en un lugar cerca de la zona de San Francisco (California) en unas condiciones duras debidas a la inexistencia de la madre, y criado precariamente por su padre, un pistolero de la época, que le abandona a la edad de 6 años. Abandonado a su suerte, llega a una ciudad donde es acogido finalmente por un médico, quien le mantiene y le cuida, pero vive prácticamente sólo. Los vecinos del lugar le enseñan costumbres como montar a caballo y algún que otra manera de defenderse (lanzamiento de cuchillos). Tenía deseos de tener un revólver, pero para defenderse. En un día, a la edad de 12 años, andando por la ciudad, observa la llegada de una cuadrilla de bandidos que con sus tiros arman escándalo y matan animales, lo cual le hace enfurecerse. De repente, es abordado, cae al suelo, se golpea la cabeza y queda inconsciente. Al recuperarse, vuelve a recordar al enterarse de lo ocurrido. Se dirige a la taberna y al observar a los pistoleros que había, los increpa por sus cobardías para hacer frente a esos bandidos. En un determinado momento, con la edad de 12 años, golpea de un puñetazo a uno de dichos pistoleros y huye de la taberna. Al volver al cabo de unos días, vuelve a la taberna donde conoce a un gran pistolero, conocedor de su valentía, pero se burla de él provocando un duelo con otro pistolero. En el duelo, el gran pistolero deja boquiabierto al pistolero que le retó a un duelo por su destreza, puntería y rapidez quitándole el sombrero de un tiro. Cuando monta a caballo para dejarle, el niño, ya admirador suyo, le propone acompañarle. Él lo acepta montándole a caballo, y, en el camino, el niño le muestra donde llegar a la guarida de los bandidos. Antes de llegar, se desmontan del caballo y el gran pistolero va hacia la guarida de los bandidos. De repente, se oyen disparos. Termina de oírse disparos y el niño se acerca al lugar quedándose sorprendido de la cantidad de cadáveres tendidos en el suelo. Está también el gran pistolero, pero sólo estaba herido sin afectarle partes vitales. El niño le conduce al médico que le adoptó, quien le cura. Ya curado, monta a caballo para seguir su camino. El niño le vuelve a proponer acompañarle y el gran pistolero acepta. La sesión termina con la escena de los dos yendo a caballo.

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Médium: Raúl Caballero

Entidad: Ensirnom-El (Thetan de Juan Carlos M.)

Segunda parte de la vivencia arrancando desde la escena final de la primera sesión, con los dos, el gran pistolero y el niño, cabalgando juntos hacia el horizonte.

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PARTE 1

Raúl: Sesión del 22 de agosto de 2010. Canalizamos directamente a Ensirnom-El.

Ensirnom-El: De nuevo vuelvo a estar aquí querida parte encarnada. Me gustaría, si no te importa, comenzar con una vida que dejé pendiente aún hace un tiempo. Me gustaría que la vida que fuera a contar fuera -de alguna manera- imaginada por todos los que puedan escuchar esto. Imaginada, visualizada y ¿por qué lo digo? Porque es una vida que vosotros tenéis muchísimos films, ¿no? Muchísimas películas al respecto y puede ser visualizada, imaginada, bien imaginada. Entonces os pido un trabajo imaginativo para que todo lo que vaya a contar de alguna manera lo entendáis, para que me entendáis a mí, para que entendáis lo que pude sufrir. Si bien no es un engrama tan tremendamente duro –al menos la base de lo que quiero contar-, sí viví una vida muy dura. Encarné en California, en la zona de San Francisco, alrededor. Si tuviera que explicar mi infancia, tal vez lo poquito que tendría que decir es que, me crié prácticamente solo. Si bien se ocupó de mí mi padre hasta prácticamente los seis años y después me tuve que ocupar yo solo.

Interlocutor: ¿Eras huérfano de madre?

Ensirnom-El: Sí, era huérfano de madre. El asunto es que prácticamente no sabía nada de ella y que prácticamente mi padre tampoco me explicaba nada y un día desapareció sin más, él. Me abandonó. Así, directamente. O sea, no se lo replanteó. No entendí por qué, lógicamente, con esa edad. No sé por qué se fue, no sé dónde, no sé qué intentó hacer, pero la cuestión es que nunca guardé mucho aprecio a ese hombre y menos a medida que fui creciendo. Él era un pistolero en eso del lejano oeste, lógico en la época. Insisto que no sé dónde fue a parar y no recuerdo prácticamente nada de mi infancia; lógicamente yo como espíritu lo recuerdo, pero estoy poniéndome en la vida en ese momento, ¿no?

Interlocutor: Sí.

Ensirnom-El: Cuando estaba en ese momento en que me abandonó no recordaba prácticamente nada de mi infancia. Bueno, me tocó ingeniármelas para sobrevivir. Mi nombre sé que era John.

Interlocutor: ¿Te dejó a tutela de alguien?

Ensirnom-El: No, no, no. Me abandonó, completamente solo, completamente solo… pero encontré gente que me cuidó, encontré gente en una ciudad… Es que claro, ciudad es una palabra que tal vez se aplica más bien a vuestra actualidad, ¿no? Claro, no podemos decir que fuera una ciudad, pero para la época lo era. Me encontró y me cuidó un médico de ese lugar, me alimentó, pero prácticamente no se hacía cargo de mí, estaba solo todo el día, pero bueno, tenía para comer, tenía para vivir, pero no me fiaba de él. Como ya me abandonó mi padre también, ¿no? Yo –insisto- me llamaba John, pero mi apellido trataba de ocultarlo; ¿por qué trataba de ocultarlo? Porque me avergonzaba, porque me avergonzaba de mi familia.

Interlocutor: Ahora puedes decirlo.

Ensirnom-El: Sí, puedo decirlo, en ese momento me llamaba John Carlston, pero me refiero a que me llamaba como John y nada más que eso, quería que me conocieran así. No tengo apellido, tal vez era mi respuesta. Quería desvincularme por completo de esa persona que me abandonó, pero insisto que crecí en un ambiente bastante solo, a pesar de que tenía para comer, tenía para dormir, bueno… La gente del pueblo me hablaba, me enseñó a montar a caballo, me enseñaron técnicas –digámosle, ¿cómo diría?- para defenderme…

Interlocutor: ¿Técnicas de tiro? ¿Técnicas de pistola?

Ensirnom-El: No, no, me enseñaron técnicas por ejemplo para –lo utilizábamos bastante también- lanzar cuchillos arrojadizos. Lanzábamos cuchillos contra las paredes, y demás, como haciendo puntería. Desencadené habilidad para ello, me enseñaron, me enseñaron a jugar a determinados juegos de azar, me enseñaron a beber como un hombre en esa época. Poco a poco fui haciéndome mayor y me fueron enseñando más cosas, pero sabía que mi padre era pistolero y pese a que no me agradaba mucho la idea, me gustaba la idea de ser como él, me agradaba la idea de ser como él. Un día, caminando simplemente por la calle, pasaron un grupo de bandidos montados a caballo a toda velocidad, por el medio de la calle, pegando disparos al cielo, y pegaron algunos disparos a algunos animales de la zona. Me sentí mal, me agradaban los revólveres, pero no quería utilizarlos para ese tipo de fines. La vida era muy cruel ahí y ver a los animales muertos o heridos era casi lo más normal del mundo, no se tenía la lástima que se tiene actualmente, ¿no? Mucho ganado muerto. Luego, otro día volvieron, en la Escandinava también, fueron a toda velocidad, iba por el medio, prácticamente me arrollaron con el caballo a toda velocidad y me tiraron al suelo. Me golpeé en la cabeza, estuve un tiempo inconsciente; no me sentía bien. Tenía alrededor de doce años.

Interlocutor: ¿Qué pelo tenías? ¿Cómo era el color de tu pelo?

Ensirnom-El: El color de mi pelo era oscuro, muy oscuro y poquito a remarcar aún ahora, explicaré mi complexión física cuando finalmente dejas de crecer, cuando te estabilizas digamos en esa vida, ya que estaba en constante cambio. Cuando despierto y me cuentan lo sucedido, ahogo memoria, recuerdo, pregunto a la gente de la zona si los conocen. Me dicen que se trata de una banda de alrededor de diez a quince bandidos que se han establecido a las afueras en un pequeño campamento, que aprovechan muchas veces para venir a robar a la ciudad y que nadie se atreve a plantarles cara. Entro en la taberna del pueblo, me veo un montón de gente con revólveres, un montón de pistoleros. Les vuelvo a preguntar si les conocen. Les digo:

-¿Por qué no les plantáis cara? Tenéis las armas, ¿por qué no lo hacéis? ¿Por qué no os unís todos?

Claro, es que estos pistoleros no eran de la zona, venían de paso de otros lugares y el punto de encuentro siempre es la taberna de turno. Les dije que por qué no les plantaban cara, me dijo alguno que no tenía ganas de morir -como con cobardía-, otros me dijeron que, bueno, que no querían gastar su tiempo en problemas ajenos. Bueno, me harté. Sin pensármelo dos veces, y a pesar de mi corta edad, golpeo a uno de ellos con mi puño. Lo golpeé con tal fuerza que lo tiré al suelo pese a mi corta edad. Las lágrimas se me salían de los ojos insistiendo en por qué no hacían nada al respecto. Salí corriendo, tal vez por la impotencia, pero a lo mejor también por el miedo a la reacción de la persona a la que había golpeado. Dos días más tarde vuelvo a la taberna, la gente me miraba, hablaban de mí, cuchicheaban sobre mí en voz baja.

-Hombre, eres tú, ¡el niño con cojones! -me dice, con ese lenguaje tan tosco, una persona-

Y se acerca hacia mí.

-El niño valiente, ¿no? Está bien, ¿qué querías hace dos días?

El tipo que me hablaba era un tipo muy alto, prácticamente dos metros de altura, con una complexión fuerte y un sombrero bastante normal, con barba, pelo bastante largo y algo claro, como marrón claro. Me mira con ojos desafiantes y me golpea con el puño en mi pecho -no fuerte, estoy diciendo como con un empujoncito- tirándome hacia atrás, como con tono desafiante. Doy un paso hacia atrás porque casi me doblega, casi me tumba. O sea, no fue un golpe, colocó el puño sobre mi pecho y me empujó hacia atrás digamos, como con un tono desafiante. Le digo:

-Hay unos bandidos, están haciendo daño al pueblo, ¿por qué no tenéis cojones de plantarles cara? ¿Qué te pasa? ¿Tú también eres un cobarde?

-(Risa) Me han hablado mucho de ti, querido niño.

Mientras me golpea con un dedo en la cara, luego me agarra la cabeza con la mano y golpea con fuerza como con un gesto de respeto, de cariño hacia mí y dice:

-Eres valiente, me gustas.

Entonces no me lo pienso dos veces y lanzo mi puño contra él. Notaba como si se estuviera riendo de mí, como si estuviera mofándose de mí, como si me tratara como un niño, no me gustaba. Lancé mi puño contra él también, con la intención de tumbarlo. La impotencia me podía. De repente, para mi puño con su mano, hace un gesto algo acrobático y me tumba en el suelo de la taberna con la cara contra y el suelo y cogiéndome el brazo como si partiéndomelo. Todo el mundo mirando, de repente se le acerca un tipo y lo empuja a este hombre que me tumbó al suelo. Le dice este nuevo pistolero:

-¿Abusas de los pequeños? Atrévete con alguien más grande, listo.

Me levanto y veo cómo se miran desafiándose. Salen fuera de la taberna y preparan un duelo. Prácticamente a la otra persona no le da tiempo de desenfundar, el tipo que me doblegó acabó con él, pero no lo mató, le disparó al sombrero, se quedó sin desenfundar el otro, impresionado por la puntería, por la velocidad y por la destreza de este tipo que –insisto- me había doblegado. Enfundó el arma, dio media vuelta y se marchó. Se gira y me dice:

-Si quieres venir conmigo, chaval, sígueme.

No entendí qué quería de mí, pero me impactó su manera en la que se defendía, en la que utilizaba el arma, no para dañar como esos bandidos, sino para proteger. Le seguí, ensilló su caballo y me monté en su mismo caballo. Puso rumbo fuera de la ciudad. Cuando llevábamos un momento de trayecto, me comenta:

-¿Te llamas? –me preguntó-.

Yo le contesté “John” a secas, nada más.

-Bien, bien.

-¿Y usted? –le dije con respeto-.

-No tengo nombre –me contestó-.

A los quince minutos de trayecto, sin que ninguno de los dos hablara, me comenta:

-Disculpa, ¿dónde estaba la guarida de esos bandidos?

Le indico dónde me habían comentado que estaba, yendo hacia el norte siguiendo un camino y luego a la derecha. No entendí qué quería hacer. Antes de girar a la derecha, frena el caballo y me dice:

-No te muevas chico. Perdón, John dijiste que te llamabas, ¿no? Je, espérame aquí.

No entendí, pero al poco rato pensé que tal vez pertenecía a la banda o que tal vez… no, no puede ser. Pensé que quería enfrentarse él solo con ellos. Escuché disparos, es decir, no pertenecía a la banda. No confiaba en que volviera, me acerqué como con curiosidad a ver qué sucedió. Lo encontré herido, pero vivo, muy vivo. Estaba herido en un brazo y en una pierna, afortunadamente nada vital. Dirijo mi mirada hacia el suelo y me veo multitud de cadáveres.

-¿Lo has hecho tú esto?

-¿Ves a alguien más aquí chico? Perdón, John, ¿no?

Se reía, prácticamente exhausto, pero afortunadamente -insisto- nada vital, nada mortal. Le dije que le acompañaría a ver al médico con el que había estado tanto tiempo, que seguía cuidándome. Este le curó y al cabo de unos días decidió marcharse de viaje de nuevo. Volví a preguntarle su nombre. Me dijo:

-¿Por qué te interesa? No es importante.

Y salió con intención de irse de viaje.

-Muchas gracias por todo, doctor, y cuídelo. Es un niño valiente, no acostumbran a haber muchos en estas épocas en las que hay tantísima violencia, tienden a esconderse con el rabo entre las piernas o dedicarse a la medicina como usted. (Risa)

Se rió con tono un poco como ofensivo contra el médico, pero nunca a malas. De repente se gira y se marcha. Corro hacia él y le digo:

-Perdón, ¿dónde va?

-Quién sabe dónde voy, lo que cuenta es que no vais a volver a tener problemas con esa gentuza. Traté de dialogar con ellos, pero a veces convence más una buena dosis de plomo que unas palabras. Al menos, que mis palabras. Mis balas son más convincentes que yo.

Le dije, sin pensármelo dos veces:

-Quiero ir con usted, por favor.

Me miró con sorpresa.

-Eres muy joven chico, me extraña que tengas esos cojones bien plantados para decirme esto. Sabes que puedes morir en dos segundos ahí fuera, ¿verdad?

Le contesté:

-Y dentro también, pueden volver a venir más bandidos, quiero aprender a defenderme.

El asunto fue que, sin pensárselo demasiado, me dijo:

-Sube a mi caballo, chico. Perdón, John, ¿no? (Risa)

Salimos a quién sabe dónde. Y, bueno, me gustaría a mí -personalmente- dejar esto aquí por ahora y continuar el relato después para no agotar al receptáculo, ¿bien? Vuelvo a incorporarme en unos minutitos vuestros y os cuento cómo continúa la historia. Está interesante, ¿no?

Interlocutor: Está interesante, interesante.

Ensirnom-El: Hasta ahora.

Interlocutor: Hasta ahora.


PARTE 2

Raúl: Segunda sesión del 22 de agosto de 2010.

Ensirnom-El: Cabalgábamos juntos mirando el horizonte, continuando con el relato de la sesión anterior. Y, ciertamente, hay poquito que contar al respecto aquí. Fueron pasando los días y él me cuidaba bien, íbamos a pueblos, íbamos a tabernas, nos quedábamos en hoteles, que lógicamente no son como los vuestros actuales. Cazábamos animales y algunos días cuando despertaba me preguntaba: ¿Qué hago yo aquí? ¿Qué hago yo aquí con este hombre? Si ni siquiera sé cómo se llama. Pero claro, continué, continué con él porque sentía muchísima admiración por su persona. Me enseñó a cazar animales y demás historias típicas a pesar de que no me gustaba la sensación, era cuestión de supervivencia en ese ambiente, ¿no? Continuamos yendo constantemente de un lugar al otro. Un día, le digo:

-Bueno, ya hace mucho tiempo que estamos juntos, ahora me gustaría pedirte un favor, ¿me enseñas a utilizar el revólver?

Me mira, de repente desenfunda y me apunta rápidamente, a la que me di cuenta ya tenía el revólver en mi cabeza, ni siquiera me había dado cuenta. De repente en el último momento aprieta el gatillo, apunta hacia arriba y aprieta el gatillo. Me caí al suelo del susto, creí que me disparaba. Disparó al cielo y volvió a enfundar el arma con la técnica que le caracterizaba, con el estilo que le caracterizaba.

-¿Qué? ¿Aún quieres aprender?

Me quedé sin palabras muerto del susto tumbado en el suelo. Pasaron los días después de esa escena. Un día, me dice:

-¿Sabes? –y conversábamos- ¿Sabes John? Esto no es tan fácil como te pueda resultar, como te puedas imaginar o como puedes ver, no es tan fácil, es una vida dura, es una vida muy dura, está llena de bandidos, de forajidos que intentan aprovecharse de los más pobres. Yo no voy ayudando a la gente, tal vez tengas una idea equivocada de mí, tienes que saber que el revólver se puede utilizar para dos cosas.

Desenfunda y pega un disparo rompiendo un vaso. De repente, me apunta con el arma de nuevo -por supuesto, yo muerto de miedo, de nuevo- y me pega un disparo justo detrás de mí. Escucho algo caer, me giro y cae una persona. Estaba muerto, veo que tenía un cuchillo en mano, tal vez intentaba hacernos algo o hacerme algo. Enfunda el arma y dice:

-¿Has visto? Se puede utilizar para destruir, y mira el vaso hecho añicos, o se puede utilizar para proteger, mira el hombre muerto en el suelo. Tú decides qué utilidad darle al arma.

Me quedé bastante, bastante perplejo ante lo que me dijo. Continuamos los viajes, fui creciendo, fui madurando, mi complexión ya más adulta era altísima, prácticamente tan alto como él, con un pelo muy largo, bastante barba, bastante fuerte, aunque no tanto. Continuando con el relato, un día, en uno de los viajes, de noche, le vi caminar fuera del lugar donde estábamos alojados. De repente lo veo meterse en la taberna, lo seguí, normalmente no se iba sin decirme nada. Me lo veo bebiendo, algo bastante habitual en él, de repente se levanta, desenfunda y dispara súper rápidamente hacia el lugar donde yo estaba, me pasa el disparo justo por enfrente, se levanta y viene hacia mí.

-¿Qué haces aquí John? Es muy tarde. Vamos, vete a dormir.

¿Cómo sabía que estaba aquí?

-Venga, ve a dormir, mañana tenemos un nuevo trayecto que emprender.

Me volví, pero nunca lo había visto con un aire tan preocupado, en sus ojos notaba preocupación. Lo miro y vuelvo a seguirle, me lo veo mirando una hoja de papel pegada en una pared, la arranca y se queda un rato fijo, mirándola. De repente, la rompe y se vuelve a su cama. Y me quedé… Algo no andaba normal, estaba preocupado. A la mañana siguiente me dice:

-Disculpa John, he de tratar unos asuntos. Espérame, vuelvo en un rato.

Se marcha, lo esperé todo el día en la ciudad que estábamos. Se empieza a poner el sol y vuelve montado en el caballo, a su lado viene otra montura, otro caballo.

-Toma chico, John, esto es tuyo, lo he atrapado para ti, espero que te sirva de montura, así no tenemos que ir en el mismo lugar y puedes empezar tu propio camino.

Le estaba muy agradecido, muy agradecido. Si bien mi complexión era muy similar a la suya, yo todavía estaba verdísimo en todo lo que respectaba saber defenderme. Me decía:

-Tienes carácter, eso me gusta.

Y me regaló ese caballo. Me dijo:

-Es igual que mi fiel montura, lo busqué adrede para ti, sé que te gusta el mío.

No entendí tanta amabilidad. Pasamos de nuevo la noche en el mismo lugar, pero no sabía qué había hecho todo el día, imaginé que había estado consiguiéndome la montura, pero, ¿por qué no me llevó con él? No lo entendí. Una noche más, lo veo caminar. De repente, veo que se reúne a las afueras de la ciudad con una persona. Yo estaba preocupado y no era normal, esas dos noches. Solía ser un tipo tranquilísimo, con la conciencia tranquila. Los veo dialogando. A la mañana siguiente le pregunto quién era.

-Mira John, hay cosas que no sabes.

-Ya, estoy notando cosas raras, extrañas, dos noches seguidas y una de ellas con una hoja en la mano, un papel. Al día siguiente te reúnes con una persona. El día anterior me dejaste solo toda la tarde. ¿Qué ocurre?

-Okey, voy a contarte la verdad, John. Mi nombre es John –me dijo-, ¿lo ves? ¡Como tú!

Sacó una sonrisa.

-Mi apellido Carmack, John Carmack.

-Perdón, pero has dicho… has dicho que te llamas John Carmack, pero aquí en este lugar se cuenta que murió hace muchos años, ¿qué quiere decir eso?

-No, John, no, eso fue hace mucho. El que murió fue John Carmack, sí, murió mi yo del pasado, pero no el del presente, soy un hombre nuevo. Hace dos días prácticamente estaba asaltando bancos y batiéndome en duelos a cada medio segundo, pero eso ya pasó, ahora quiero redimirme, ahora quiero hacer el bien, ahora quiero ayudar, la violencia no lleva a ninguna parte.

-Pero usted era conocido como uno de los mejores pistoleros, aunque si bien se cuentan historias horribles sobre usted, ¿cómo se explica?

-Los hombres cambian muchacho, los hombres cambian.

Entonces, me dejó bastante perplejo, porque en los pueblos de la zona, en los lugares de la zona, ese hombre estaba muerto y era conocidísimo.

-Y de ahí se explica su habilidad entonces –le contesté-.

-Querido hijo, la habilidad es para defender, es para proteger, no para hacer daño a la gente, pero esta gente no entiende nada; piensan que matando, que asaltando, que robando consiguen cosas y lo peor es que las obtienen. Se merecen un buen disparo en los sesos y yo les doy su merecido, ese soy el yo de ahora, no el John Carmack de antes. Olvídalo.

-Pero usted no explica nada de lo que hizo ayer o estos días.

-Mira esto muchacho.

Me enseña un cartel, parecía que los sheriff de la zona buscaban a una persona.

-Es mi hermano -me dijo-, lo busca la ley. Es paradójico que yo, que me dedico a hacer el bien, tenga que enfrentarme a él para hacer el bien.

Sí, enseguida lo reconocí, el hombre con el que él hablaba a las afueras en solitario, sin que nadie lo viera, era el hombre de la foto. ¿Por qué? ¿Por qué estaba entonces hablando con él?

-No puedo hacerle nada, no me atrevo a hacerle nada. Además de que es un pistolero extraordinario, no quiero hacer daño a mi hermano. Estábamos hablando de una posibilidad anoche para que él pudiera escaparse de la zona fuera de las restricciones jurídicas de los sheriff.

-Pero me estás contando esto, ¿por qué lo haces? Es mi deber avisar al sheriff ahora mismo, usted está siendo también cómplice de un delito.

-No lo harás, John, no lo harás.

-¿Y por qué no debería?

Me puso la mano en la cabeza, como cuando lo hizo cuando nos conocimos. Me dijo:

-Sé que confías en mí, sé que no lo harás John, de verdad.

No sabía qué pensar, no sabía qué hacer. Cuando comentaba, antes de la sesión, antes del relato, el otro día que tenía dos vidas con engramas emocionales románticos o digámoslo como queramos, eran totalmente diferentes. Este era mucho más serio, pero era hacia un hombre, no era con el sentimiento hacia una mujer. Tal vez, incluso, era superior, porque para mí no solo era mi maestro, era prácticamente como mi padre. Para mí, más duro que cualquier cosa que haya tenido con cualquier mujer. No sabía cómo tomarme lo que me contó, podía avisar al sheriff, pero podía hacer oídos sordos. Al final lo pensé bien y le dije:

-Tiene todo mi apoyo, tiene todo mi apoyo señor Carmack.

Me dijo:

-Llámame John también. (Risa)

Me recordó cuando nos conocimos, de nuevo.

-Ay, no, tutéame por favor, ¡somos buenos amigos!

Le prometí que le ayudaría con el tema de su hermano, incluso en contra de la ley. De repente, trazamos un plan, su hermano debía meterse en un carro mientras nosotros salíamos de la zona -con él, para poder salir de la zona-, las fronteras estaban custodiadas. Estaban buscándole. Él estaba oculto, pero no podía salir de ahí, así que se metió dentro del carruaje, nos hicimos pasar por, simplemente, comerciantes o mercaderes. Nos dejaron pasar. Cuando recién salimos, baja su hermano del carruaje también. Mi maestro, Carmack, desenfunda y le apunta.

-Lo siento, James, tenía que hacerlo. No te ayudé –dijo mi maestro-, ahora voy a favor de la ley, no puedo dejarte escapar, pero tampoco mereces que esa gente acabe contigo, mereces que sea yo, tu propio hermano, quien acabe contigo. Lo siento mucho. Sí, te he traicionado.

Así pues, Carmack, mi maestro, había traicionado a su hermano para acabar él mismo con él fuera de toda ley, fuera de toda zona de ley. Estuvo a punto de apretar el gatillo, cuando de repente, le dije:

-No, para por favor, ¿qué estás haciendo? ¡Es tu hermano! Y todos estos esfuerzos, ¿para qué?

En ese momento de distracción, su hermano desenfundó y le pegó un disparo en una mano y lo desarmó a mi maestro, a Carmack. Él, cogió rápidamente de nuevo el revólver del suelo con su otra mano, la izquierda, pero fue más rápido su hermano y mi maestro cayó muy gravemente herido.

Su hermano se escapó y al decirle las palabras de «siempre has sido un débil, hermano» veía cómo se le escapaba la vida a Carmack, a mi maestro y le dije:

-¡No, no! Te llevaré a un médico, te pondrás bien.

Me dijo:

-John…

Me abrió la mano y me puso su revólver encima.

-Esto es tuyo. Querías un revólver, ya lo tienes, el mío. Piensa en lo que te dije, el revólver puede defender o puede matar a personas; defiéndelas, haz honor a mi nombre, haz honor a mi nombre… John…

Sonrió y desencarnó. Estuve muchos días mal, muchos días mal estuve… Me costó recuperarme del shock y los engramas que me provocó la escena, pero tenía algo clarísimo, aprendería a disparar y un día acabaría con su asesino, con su hermano.

Me siento extraño, porque siempre lo he admirado mucho y, ahora, tras contar este relato o esta parte del relato, me siento bastante mal. Está siendo duro para mí y para el receptáculo. Sé que todo es cosa del pasado, pero me gustaría contar la parte de mi vida cuando empecé a mandar, cuando empecé a usar el revólver, cuando empecé a ser yo. Me gustaría contarlo, pero no ahora. Voy a retirarme, voy a dejar descansar al receptáculo.

Interlocutor: ¡Nos vemos!

Ensirnom-El: Hasta todo momento, ¡muchas gracias! Continúo en otro momento. Es un relato largo, me han sucedido cosas en esta segunda parte de mi vida -llamémoslo así- que prácticamente es tan largo como todo lo que he contado, o sea, que aún hay para rato. Me sucedieron muchas cosas después a raíz de que tomé yo las riendas de mi vida.

Interlocutor: ¿Viviste mucho tiempo?

Ensirnom-El: Viví una aproximación de treinta y cinco años. Conté hasta los doce antes, después conté hasta cuando desencarnó mi maestro, yo tenía casi veintiún años y tuve otra etapa dura. Conocí a nuevas personas, conocí a una mujer… tal vez, ese era el engrama inicial, pero me hace más daño lo de mi maestro. Lo cuento otro día, lo cuento en otro momento. Hasta todo momento, gracias por escucharme de verdad, gracias… Me siento mucho mejor, mucho más relajado.

Sobre Raúl Caballero 552 artículos
Especialista en Psicología Transpersonal y Psicoterapeuta Cognitivo Conductual. Más de 15 años de experiencia en el campo de la mente humana y en el campo esotérico y la mediumnidad.