27/02/15
De: Raúl Caballero
Se habla que el Ego se integra en el interior de cada uno y que es un trabajo que ninguna otra persona puede hacer por uno. Se motiva a que cada uno se trabaje por sí mismo y se habla de lo peligroso de intentar cambiar a la otra persona si esa persona no se trabaja a sí misma.
Todo trabajo personal pasa por uno mismo. Pasa por uno mismo quiere decir que es uno mismo el que tiene que trabajar, no puede hacerlo otra persona por uno, es uno mismo el que tiene que trabajar. El trabajo interno es el trabajo más complicado de todos, el más complicado que existe. Es más complicado que construir un edificio, es más complicado que el trabajo más complicado que cada uno de vosotros imaginéis. ¿Y por qué es tan difícil trabajar con uno mismo? ¿Por qué es tan difícil trabajarse el interior de uno mismo? Porque los roles del ego, que siempre están acechando, conocen la particularidad de camuflarse insistentemente, permanentemente. ¿Y tantas posibilidades tiene el ego de camuflarse? Sí, se camufla hasta el punto en que ni nosotros mismo nos damos cuenta.
La mayor parte de gente vive en piloto automático, mirando hacia adelante, no miran hacia atrás, si hay alguien, no miran hacia los lados, si tienen gente, y lo peor de todo, no miran hacia adentro, no miran hacia su ego. Siempre he dicho y siempre diré que es muchísimo más complicado trabajar con psicointegración, que con psicoauditación, por el hecho de que la psicointegración no solo requiere de trabajo de la otra persona, requiere también querer cambiar, requiere también querer mejorar y requiere aceptación, porque si la persona no acepta que tiene determinado rol del ego y que lo tiene que trabajar, directamente no lo va a trabajar nunca. Si no lo trabaja, yo no puedo hacer el trabajo por la otra persona. Yo puedo dar las herramientas para que la otra persona trabaje. A cada uno de nosotros ya nos cuesta suficiente captar nuestros propios roles del ego e intentar mejorarlos día a día. Día a día, porque hay algunos que piensan, “bueno, yo trabajo para mí y puedo trabajar dos días, una semana, un mes… y cuando haya terminado mi trabajo, voy a ayudar a otra persona”, pero tu trabajo no terminó. El trabajo de uno, es el trabajo de una vida entera, de varias vidas. ¿Por qué? ¿El ego no se extingue? ¡No! Por supuesto que no se extingue, ya que el ego es la base de nuestros impulsos, esa mente reactiva figura en la amígdala, la amígdala cerebral, y esa base de impulsos siempre va a estar ahí, por lo que siempre vamos a ser débiles ante los roles del ego. Es por eso que siempre digo que hay que estar permanentemente en alerta. En alerta, 24 horas en alerta. Y hay quien me dice, “eso desgasta muchísimo”. Yo le digo, “no, porque te acostumbras a estar alerta, terminas por acostumbrarte”. Es más desgastante estar actuando todo el día, que es lo que los roles del ego consiguen cuando toman el timón central de nuestra vida, que constantemente nos hace actuar, nos hace mostrar una cara que realmente no es. “Bueno, yo no puedo mostrarme débil”, “bueno, yo no puedo participar porque seguro que voy a suspender”, “seguro que no me van a aceptar, yo esto no lo hago”… Constantemente el ego vive poniéndonos trabas, eso sí es desgastante. No es tan desgastante como se cree estar siempre alerta de los roles del ego. Pero, si el ego no se extingue, ¿qué hacemos entonces? Lo he dicho. El ego no se extingue, el ego no se destruye, el ego no se combate -ya que nuestra mente no es un campo de batalla-, el ego se integra. Se consigue integrar cuando uno se mira para adentro y se identifica distintos comportamientos que se da cuenta que no son de uno.
¿Cómo identificar el ego? El ego se identifica porque es infantil, porque es caprichoso. El ego se identifica porque reclama, constantemente reclama, constantemente pide, pide, pide, reclama, demanda. El ego no da. Y habrá gente que me esté escuchando que me dirá, “yo doy, yo me preocupo del otro, yo ayudo al otro, yo ayudo al prójimo, por lo que entonces no tengo ego”. ¡No! No tiene nada que ver, porque veo a mucha gente que se desatiende a sí mismo para ayudar al otro. ¿Por qué se desatienden a sí mismos para ayudar al otro? Porque así los enseñaron, porque así los enseñaron… porque vivimos en un mundo en que las religiones nos han enseñado a ayudar al otro, a mirar al otro. “Bueno –me diréis-, ¿y qué tiene de malo ayudar al otro o mirar al otro?”. No, no tiene malo, al contrario, es lo que constantemente pregono, pero ¿y dónde queda uno? ¿Dónde queda uno? Nos han enseñado constantemente, “ama al otro”, “respeta al otro”, “comparte con el otro”… ¿Y yo? ¿No me amo a mí? ¿No me respeto a mí? ¿Y no comparto conmigo? No, porque nos han mal enseñado con esa famosa frase, “ama al otro, como a ti mismo” y la gente solo se queda con la primera parte de la frase, ¿no? Ama al otro. Como a ti mismo, dice la segunda parte de la frase. A ti mismo, a ti mismo también te tienes que amar, porque si tú no te amas a ti mismo, ¿cómo vas a poder amar al otro? ¿Cómo vas a poder brindarte al otro? ¿Cómo vas a poder volcarte al otro? Si tú estás permanentemente con roles del ego, ¿cómo vas a dar las herramientas para que el otro trabaje su ego si tú no te has trabajado el tuyo?
Y fijaos, vuelvo a lo mismo, estoy diciendo dar las herramientas para que el otro trabaje, porque no podemos trabajar por el otro. Es como el padre que le hace los deberes al niño y le dice, “toma, ya los tienes hechos”, luego el niño no aprendió nada por sí mismo y mañana, va a seguir sin saberlo hacer y pasado, va a seguir sin saberlo hacer y entonces, ¿a qué se dedicará mañana? Si no va a saber hacer nada porque ya se lo trabajaste tú. Y a veces en nuestro afán de querer ayudar al otro, lo perjudicamos más que ayudarlo. Hay una cosa muy importante de ayudar al otro, que es ayudarlo a crecer, es ayudarlo a ser independiente, es ayudarlo a ser él mismo, pero yo no puedo apuntar con una pistola a una persona y decirle, “acepta tus roles del ego”, no puedo. Es lógico que es la propia persona la que se tiene que dar cuenta y en ese afán de querer ayudar al otro, en ese afán de querer ayudar a esa persona que está enfrascado en sus roles del ego, podemos llegar a la posibilidad de dejarnos manipular por nuestro propio ego y entonces, el trabajo que estamos intentando hacer con el otro no sirve, pero, además, el trabajo que hicimos ayer con nosotros tampoco ha servido, porque ya vuelvo a tener los roles del ego desintegrados, ¿de qué me sirvió entonces? ¿Y por qué en ese momento se pueden desintegrar los roles del ego cuando estamos pendientes del otro? Pues muy sencillo, porque si estamos pendientes del otro, por el otro, dejamos de estar pendientes de nosotros y, como dije antes, uno tiene que estar pendiente de uno mismo y de sus roles del ego. Si ya me resulta a mí suficiente esfuerzo estar pendiente de mí mismo y de mis roles del ego, ¿cómo voy a estar pendiente del otro y de los roles del ego del otro? No puedo. Y hay gente que en su afán de ayudar cae en eso y no solo en eso, sino que pone expectativas en lo que está haciendo, entonces pone expectativas en que la otra persona vaya a contestarnos con un acto positivo y capaz que la otra persona no solo no acepta tener roles del ego, sino que no quiere saber nada del tema y nosotros en nuestro capricho egóico de querer cambiar al otro, nos desatendemos a nosotros mismos y no solo eso, porque al generar expectativas, cuando las expectativas no se cumplen, la persona se frustra y podemos entonces caer en frustración. Por eso es tan importante saber que nosotros tenemos que trabajar con nosotros, y a la otra persona se le podrán dar las herramientas, lo diré una y otra vez, pero la gente muchas veces se apega, se aferra al cambio que le gustaría que la otra persona tuviera y capaz que el otro no lo va a tener nunca y va a vivir toda la vida en un anhelo, en una mentira.
Fijaos que no estoy diciendo que no se tenga que ayudar al otro, pero hay que ayudarlo a pensar por sí mismo, porque uno no puede resolverle los roles del ego al otro, puede ayudarlo a que se dé cuenta, pero ayudarlo a que se dé cuenta es un acto que dura, ¿cuánto? Durará un intento, durará dos intentos, no va a durar diez intentos, porque mientras lo intentamos, estamos perdiendo energía y estamos perdiendo la opción de ayudar a alguien que sí que puede hacernos caso y si nos ensimismamos en intentar cambiar a esa persona, ¿qué es? ¿Un problema del otro que no quiere cambiar? ¿O es un problema tuyo? Porque ese capricho que tú tienes de que la otra persona cambie es egóico, deja de ser un problema del otro y comienza a ser un problema tuyo, porque a eso también se le puede llamar obsesión, lo que sucede que mucha gente no sabe cuándo renunciar a tiempo y que a veces la renuncia es valentía y ¡cuánto cuesta ser valientes! A veces hay que saber decir, “bueno, yo lo intenté, ahora ya no es cosa mía”. Es el otro el que tiene que dar una respuesta, y si no la hay, no me voy a frustrar porque yo hice lo que creí oportuno en el momento, no la persona me debe nada, porque luego, “bueno, después de todo, después de lo que hice y la persona no me hace caso, no cambia. Ya es problema suyo”, y entonces entra el ego en juego. “Bueno, porque el otro me debe a mí, porque como yo he gastado tiempo en la otra persona, el otro debe devolverme, debe cambiar”. No, el otro no te debe nada porque tú lo hiciste porque quisiste, el otro no te pidió nada, ¿por qué te debe? “Me debe”. Ese es el ego. Pero es obvio, que si vivimos toda la vida al servicio del otro porque estamos toda la vida pendiente de que el otro cambie, -digo que es lógico, pero no que esté bien- es lógico que el ego busque una reparación, pero nadie te llamó a vivir la vida del otro, nadie lo hizo; por eso, lo que seguramente tuviste que haber hecho es haberlo intentado, pero ahí queda, no te obsesiona, no entras en ese círculo, lo intentas impersonalmente, no pones expectativas al otro.
Es importante que esto lo entienda la gente, es muy importante que esto lo entienda la gente, de verdad. Es todo por ahora, gracias por escucharme.